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La relación entre la música y la poesía

La relación entre la música y la poesía

SOBRE LA RELACIÓN ENTRE MÚSICA Y POESÍA

Por Ignacio Martínez Madrigal

Pese a que el ser de la música y el ser de la poesía son distintos, tanto por su origen, sus métodos y procedimientos, hay instantes de revelación o de creación en los que la música desemboca en la formación de un universo poético, y momentos en que la poesía propicia y da forma a un contenido o universo musical. En este ensayo didáctico y esclarecedor, Ignacio Martínez Madrigal ilumina lo oscuro y vuelve claro lo hirsuto y enmarañado de la relación entre música y poesía.

A través de la historia de la cultura muchas de las obras maestras de la música han partido de un texto o un contexto literario, sin embargo, muchas otras obras también grandiosas han partido de un punto únicamente musical. Podemos ejemplificar esto partiendo de la audición y conocimiento de dos obras muy conocidas, la Sexta Sinfonía de Beethoven llamada “Pastoral”, cuya expresividad es la poetización de lo que acontece en el campo. De forma contraria, podemos poner la Octava Sinfonía, del mismo autor, donde la música es creada desde sí misma y no expresa absolutamente nada literario o visual y es considerada como ejemplo de “música pura”.

Una sola palabra es capaz de desencadenar todo un contexto musical y sería un proceso sin fin esta relación; asimismo, una nota musical, un motivo o un timbre de cualquier instrumento, contextualizándolo de determinada manera, puede desencadenar una serie de pensamientos poéticos, filosóficos, sociales, retóricos, etc., y también expondrían un sin fin de posibles relaciones entre palabra y música.

La palabra desde el ámbito de la poesía adquiere una musicalidad propia, creando así la eficaz comunicación del ser aún más abstraído. Particularmente esta forma literaria, la poesía, tiene ese elemento, en determinados estilos, común e indispensable con la música, y esto es la abstracción, cosa que no logran otras formas de escritura como la prosa, por ejemplo. John Cage afirma: “en mi opinión, la poesía no es prosa por la sencilla razón de que la poesía está, de un modo u otro, formalizada. No es poesía por motivo de su contenido o ambigüedad, sino porque permite que se introduzcan elementos musicales (tiempo, sonido) en el mundo de las palabras”.

Cualquier cosa escrita o dicha, nos sugiere un ritmo o nos refiere cierta entonación. Cualquier melodía, como sea, nos hace pensar e imaginar tantos universos como sean posibles. Cada mente ratifica estos hechos momento a momento y son tan variados como pensamientos existen en el universo. Según Humberto Eco, las obras literarias nos invitan a la libertad de la interpretación, porque nos proponen un discurso con muchos niveles de lectura y nos ponen ante las ambigüedades del lenguaje y de la vida.

El ritmo es a la música lo que la palabra a la idea y el paralelismo que esto conlleva hace un todo más completo y complejo, cuando a poesía nos referimos y no así, cuando de música sola se trate. La idea de música siempre ha ido insertada de alguna manera en la poesía, ya sea explícita o implícitamente, deduciendo esa “musicalidad” que nos resuena mentalmente mientras leemos o escuchamos algún verso rimado. La acepción romántica que damos a determinado autor, nos lleva a ese universo musical paralelo de la escritura, como si cantásemos cada línea o cada palabra ensalzándolas imaginariamente.

En la poesía latinoamericana de los años veinte del siglo pasado, y de ahí en adelante, encontramos una música quizá más pura intrínsecamente ligada a su lectura. Musicalizar la idea concreta con palabras es una ardua tarea, tratándose de los temas de la vida humana que siempre han estado al día, sin importar qué siglo se viva: amor o desamor, vida o muerte, felicidad o tristeza, alabanza o rechazo. Y no es que lo escritores tengan esta idea de la música intrínsecamente en su mente a la hora de crear un poema, sino que la música ya está en las palabras a la hora de dar forma a la poesía. Si tenemos en las manos, en los ojos y en la mente un poema con una forma diversa o confusa, con alusiones o alucinaciones sugerentes a una ambigüedad incluso sonora de la lectura, entonces, ¿cómo serían estas músicas? Encontrando algún rasgo musical pensaríamos en una música por demás abstracta de un estilo totalmente subjetivo con sonoridades poco atrayentes para las masas, pero simbólicamente personales y concretas, es decir, una música únicamente nuestra e interpretada muy interiormente en la lectura y en la relectura misma.

La primera impresión: Cuando usamos un texto para la música, nos viene a la mente algún tipo de melodía que exprese la idea textual, cuando hay recitador y el texto no se canta; de todas formas, inconscientemente, buscamos la forma de que la música exprese lo dicho. Un buen ejemplo al respecto es el logrado por el compositor Silvestre Revueltas, usando textos de Carlos Pellicer en la obra “Tres sonetos” del año 1938, cuyos textos corresponden a la colección “Horas de junio”. Ninguna de estas maneras tiene inconveniente artístico, puesto que a lo largo de la historia ha habido grandes obras con estas características.

Sin querer sobreponer la palabra a la música ni darle mayor relevancia sobre las artes como algo necesario, ésta y su efecto, “el texto”, son indispensables para todas las manifestaciones, pues sin las palabras poco o nada podría expresarse como consecuencia de la misma expresión artística y de su apreciación; o en nuestro caso, la partitura, la ejecución y la audición a fin de cuentas tienen que prodigarse, aunque sea en pocas palabras, como una necesidad casi inexorable de comunicación. El “contexto” de la creación artística es el mundo que comprende paralelismos, convergencias y divergencias del arte y la música respecto de la palabra. Mauricio Kagel puntualiza que “para un compositor, los textos son pretextos para crear un contexto”. “El tribuno” es una pieza radiofónica donde Kagel intercala música y texto creando una total parodia de palabras y sonidos que nos refieren un sistema político “lamentable”, calificativo utilizado por el propio Kagel, típico latinoamericano.

Pero, ¿qué pasa si tratamos de exponer texto y música en forma paralela a fin de expresar artísticamente ambas ideas? Es decir, que la música no esté a merced del texto y que el texto no explique lo que suena. Ejemplo de esto último la obra “Tetrafolio, ensayo para una ópera”, del 2010, para recitador y ensamble (del autor de este texto con textos propios y de Miguel Ángel Gutiérrez). Esta obra consta de doce textos en forma de poemas breves, y de doce piezas también breves, haciendo distintas combinaciones en la instrumentación. El orden de estas veinticuatro partes siempre es texto-música, nunca al contario ni al mismo tiempo. Existen en esta obra y en cada uno de sus movimientos un paralelo entre la interpretación del texto por la música, y viceversa. La obra fue construida, en varias de sus partes, por la unión del texto y música de fragmentos compuestos o escritos en tiempos y momentos diferentes, así como hay algunos que se crearon paralelamente. Indudablemente, existen convergencias que necesariamente se dan en el transcurso de la obra. En una situación de convivencia consignada entre textos y músicas, el paralelismo no puede ser infinito: la misma naturaleza de las creaciones hace converger elementos de la palabra en el sonido, y viceversa. La imaginación, aquí, juega un papel indispensable para la audición y la lectura de esta obra.

La música creada en relación a algunas formas poéticas, es otro recurso recurrente en la composición. La relación música-poesía o poesía-canto ya no es nada nuevo, pues a través de la historia contamos varios ejemplos que condensan en casi un solo arte, el arte de la palabra y los sonidos. José Gorostiza nos sintetiza claramente esta comunión artística al decirnos: “…que la poesía es música y, de un modo más preciso, canto.” … “La historia muestra a la poesía hermanada de su cuna al arte del cantor; y más tarde, cuando ya puede andar por su propio pie, sin el sostén directo de la música, lo cual se debe a que el poeta, a fuerza de trabajar el idioma, lo ha adaptado ya a la condición musical de la poesía, sometiéndolo a medida, acentuación, periodicidad, correspondencias.”

No cabe la menor duda: A la sensibilidad interna e incluso externa, que al momento de enfrentar la poesía a la música, ambos elementos estarán presentes uno en otro, y seremos capaces, según nuestra competencia sensible, de notar los paralelismos entre una y otra y de generar convergencias, o de acertar en los puntos en que se unen y separan poesía y música, todo esto en total abstracción.

 

Fuente: Letra Franca

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