En el artículo anterior hablaba sobre perder el miedo al aprendizaje musical ya que la música aunque a veces nos parezca lejana, es accesible para tod@s. Vale, eso está muy bien pero… ¿Por dónde empezar?
Todo tiene un comienzo. Primero, tenemos que hacer un ejercicio de reflexión ¿Qué esperamos de la música? ¿Dónde queremos aplicar lo aprendido? ¿Quieres tocar un instrumento? ¿Qué repertorio quieres tocar? Son muchas preguntas que tenemos que respondernos antes de empezar para poder acudir a las fuentes adecuadas.
Como músico formada en Conservatorio, en Educación Musical y en Musicología he podido comprobar las diferentes formas para aprender y vivir música. Visto que ésta se puede presentar de muchas maneras, la experiencia me dice que la forma más efectiva es adaptarla al alumno. El aprendizaje en el Conservatorio da muchas alegrías pero también desvelos. La distancia a aquellos años me hace pensar que pese a la completa formación, ésta no se adapta al alumno dotando el aprendizaje de una cierta rigidez en la que es el aprendiz el que se tiene que adaptar a la música sin darse casi cuenta de lo que pasa alrededor. Cuando yo estudié era algo así como un “la letra con sangre entra” y con los años, reconozco que esa adrenalina musical se echa algo de menos porque, aunque duro, se aprende a sentir la música con mucha intensidad después de un largo proceso (en el periodo de conservatorio, la amas y hay veces que llegas a aborrecerla) .Quizá haya cierta ausencia de un ejercicio íntimo de reflexión musical y aunque es cierto, y más que el los primeros años, que el aprendizaje de técnica y teoría es vital para un músico también es igual de importante reflexionar acerca de nuestro sentir musical y de las relaciones que establecemos con la música para ayudarnos a pensar qué músico queremos ser.
Intentad ver la música como un puzle enorme en el cual no importa la pieza por la que empecéis, ya que después de armar las primeras piezas la curiosidad os pedirá seguir construyéndolo , y las piezas que no conseguíais encajar, un día como encajarán entre sí casi sin daros cuenta. Para ello, tenéis que pensar la funcionalidad de lo que queréis aprender.
Os pongo ejemplos de este gran puzle musical. Si entráis en un coro (experiencia que os recomiendo y estoy segura que os acogerán con los brazos abiertos) a veces no es requisito leer música pero poco a poco, el cuerpo pide saber ¿Qué estoy cantando?¿Cómo es? Así esta experiencia musical lleva a completar tu puzle con notas, signos de expresión, ritmos…. es la funcionalidad de tú música. Poniendo otro ejemplo, empezáis con un instrumento como la guitarra y antes de nada hay que plantearse estas cuestiones ¿Qué queréis tocar?¿Para qué? No tenéis nociones de música así que primero hay familiarizarse con el instrumento ¿Y después? Aprender armonía sencilla con acordes para podernos acompañar, notas, tonalidades… Nuestro puzle entonces, empieza por otro sitio y después hasta donde se quiera llegar. Lo importante es saber el qué y por qué queremos aprender. A partir de ahí: la música que quieras hacer.
Entonces, ¿habéis pensado por dónde comenzar vuestro puzle? La música es reflexión y una forma de encontrarse con uno mismo. Hay tantas personas como músicas. Tantas músicas como personas. Todas a un ritmo y formas diferentes pero siempre formando parte de ella.
Fuente: Diario de una musicóloga
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