Manuel Tomás Ludeña, experto en educación, reflexiona en este artículo sobre si es factible o no dedicarse profesionalmente a la música.
«Te darás cuenta de que se acabó, serás una herramienta obsoleta que no valdrá la pena arreglar con un maldito matrimonio y 62 mil dólares al año». Diálogo de la película Misión Imposible.
La búsqueda de oportunidades de empleabilidad para los jóvenes músicos es una obligación para todos aquellos que tenemos responsabilidades en el terreno educativo. Después de una crisis económica muy dura, donde las tasas de desocupación juvenil superaron el 50 %, la mayoría de indicadores apuntan que la situación está mejorando y que comienzan a aparecer nuevas oportunidades. Ahora nos enfrentamos a un escenario diferente que es necesario conocer y comprender. Vamos a ello.
El final del ¿estudias o trabajas?
Hasta no hace muchos años, la mayoría de las personas dividían sus vidas en dos etapas diferenciadas. Una primera de estudio que, en el mejor de los casos, se extendía hasta después de los 20 años si se cursaban estudios superiores y universitarios. Una vez completada esta primera etapa, se iniciaba una segunda caracterizada por el acceso al mercado laboral donde se aplicaba lo aprendido hasta la llegada de la jubilación.
Esto era posible, entre otras cosas, porque los cambios en los diferentes campos del saber eran relativamente lentos respecto a como lo son en la actualidad y se sucedían a un ritmo que permitía su asimilación con cierta facilidad. Este escenario sólido y estable definía una manera de actuar clara: si se completaban estudios, las opciones de empleabilidad mejoraban sustancialmente. Con ello se conseguía, en la mayoría de ocasiones, una promoción social y económica
Los que no estudiaban veían mermadas sus posibilidades de ascenso social, pero tenían a su alcance otro tipo de trabajos menos cualificados y por ende con menor retribución, pero trabajo al fin y al cabo. Aquello de ¿estudias o trabajas? con que empezábamos los interrogatorios a nuestras posibles novias/os tenía su sentido. Si alguien no quería estudiar, tenía ciertas opciones de empleabilidad aportando simplemente la fuerza de sus brazos en el sector primario, en la industria o en los servicios.
Ahora ya no es así, las sociedades postmodernas actuales han cambiado rotundamente este escenario. La aparición de las tecnologías de la comunicación y de la información, los procesos de globalización económica y la llamada sociedad del conocimiento han acelerado los procesos de cambios, ahora ya imposibles de predecir a pocos años vista. Y además, cada vez es necesario más cualificación para realizar cualquier tipo de trabajo.
En este escenario, ya no vale aquello de ¿estudias o trabajas?, mejor decir ¿estudias o estudias? Si queremos planificar y desarrollar el ejercicio de una profesión de manera continuada y satisfactoria en el tiempo, es obligatoria una actualización permanente. Vaya, lo que llamamos el aprendizaje a lo largo de toda la vida. No sirve ya tener un expediente extraordinario o ser el primero de la promoción. Estas credenciales, siendo muy buenas, no garantizan el éxito profesional en la actualidad. La liquidez del postmodernismo también ha desdibujado los límites y los contornos de las fases de la vida. Acostumbrarnos a esta situación cuanto antes puede ser muy importante.
En este contexto, los expertos nos dicen que es mejor adquirir nuevas competencias de carácter transversal que faciliten el ejercicio de la profesión en escenarios cambiantes, como son la capacidad de adaptación, la capacidad para programar la propia formación y así un largo etcétera.
Dicho esto, pasamos a analizar a continuación algunas cuestiones relativas al comportamiento del mercado laboral en la llamada música clásica. ¿Cuáles son los caladeros más importantes de empleo musical? ¿Qué competencias y saberes deben atesorar los músicos para incrementar sus opciones de empleabilidad?
Casi todos a la docencia, mal que nos pese
Sin lugar a dudas, es la docencia el caladero más importante de empleo para los músicos. Según estudios recientes, el 72% de los músicos profesionales del mundo occidental (Europa, Norteamérica y Australia) se ganan la vida en el ámbito educativo. Y el resto en todos los demás campos que incluyen la interpretación, la investigación, la gestión, etc.
Debido a nuestro sistema de aspiraciones, la interpretación es el campo profesional preferido, el más atractivo, el sueño dorado para cualquier estudiante. Y esta primera confrontación con la realidad la solemos vivir con cierta frustración. Nos hemos preparado durante los estudios para ejercer la profesión como intérpretes y nuestra formación se ha centrado casi exclusivamente en este terreno; sin embargo, la mayoría acabamos dando clases en institutos, colegios y conservatorios. Y claro, pasa lo que pasa. No es bueno ejercer una profesión que no produce satisfacción, más bien al contrario. Ser feliz en tu profesión es muy importante.
Más allá de la gestión de las frustraciones o infelicidades personales, esta situación también genera problemas de naturaleza superior, ya que la formación del futuro profesorado de música en nuestro país no es la adecuada, los jóvenes que se dedican a la docencia en escuelas de música y conservatorios han cursado la especialidad de Interpretación y apenas tienen formación didáctica. Y mucho más si todavía no está regulado por los poderes públicos la formación pedagógica y didáctica para el ingreso en los conservatorios que la Ley Orgánica de Educación del 2006 (la LOE) estableció hace más de diez años. Pero como decía Kipling, «esto es otra historia».
No se trata de disuadir a nadie, ni mucho menos, de ser intérprete pero sí de ofrecer una información veraz. Los jóvenes músicos han de saber la verdad, muchos irán a la docencia. Y gracias, porque se trata de un trabajo apasionante.
Ser polifacético, la mejor fortaleza
La formación recibida en nuestros conservatorios como ya hemos dicho está centrada en la interpretación. Las competencias adquiridas nos capacitan para interpretar con el instrumento y dentro de una agrupación orquestal un repertorio de la llamada música clásica de tradición europea y compuesta mayoritariamente entre 1650 y 1950. No está mal, pero es una híper especialización no exenta de peligros y limitaciones.
Un estudio australiano nos dice que los músicos capaces de ganar más de 60.000 dólares al año (ya se sabe cómo son los anglosajones, todo lo mercantilizan) son los polifacéticos, capaces de interpretar varios tipos de música o de desarrollar su trabajo en varios ámbitos a la vez: gestión, docencia, investigación, etc.
Pero es que siempre fue así. Los músicos en el pasado fueron muy habilidosos en varios campos. Parece ser que J. S. Bach se ganaba la vida también dando clases, copiando partituras, componiendo música para aficionados, tocando el órgano y todavía pudo componer obras maestras. Algunos de los principales intérpretes del clasicismo eran espías. Sí, los James Bond de la época, porque desplazarse por las principales cortes de Europa y convivir con los responsables políticos más poderosos era una ocasión que no debía ser desaprovechada.
Y más recientemente. Todavía me sorprende nuestra insigne catedrática del Conservatorio de Valencia y una de las profesionales más brillantes del panorama musical valenciano, María Ángeles López Artiga. En sus años de juventud alternaba sus tareas docentes, su labor como cantante clásica, la organización de clases particulares y su pertenencia a un grupo musical de pop, Angélica y los Serenaders. Casi nada.
Como todo en la vida, habrá quien haga lecturas diferentes y pensará que estas situaciones propias de la necesidad no son recomendables. No sé si tienen razón. Considero que en la actualidad mantener una carrera profesional estable y duradera en el tiempo exige una elevada gama de habilidades que se debe adquirir. Sin ánimo de polemizar en temas tan sensibles, que cada cual piense lo suyo, pero negar la realidad o no aceptarla no la cambiará.
Oportunidades: «haberlas haylas»
Pues sí, nunca hubo tantas condiciones favorables. El impacto de la cultura en la economía es muy elevado. En 2010, un 3% del PIB y generaba 550.000 puestos de trabajo directos, más que algunos sectores tradicionales.
Además, nunca la música tuvo tanto prestigio. El alumnado que cursa estas enseñanzas en conservatorios y escuelas de música aumenta día a día. Hemos logrado convencer a la sociedad de que esto de ser músico «mola» y produce importantes beneficios personales, sociales, etc. Es más, cuando Howard Gardner desarrolló el concepto de inteligencias múltiples incluyó la inteligencia musical. ¡Menudo bombazo!
Hace algunas décadas, ser músico profesional no estaba bien visto en muchas zonas de nuestro país, las familias ‘bien’ querían que sus hijos fueran abogados, médicos o arquitectos. Ahora no, al contrario. Nunca estuvimos tan bien vistos.
También las diferentes administraciones han incorporado la música en las enseñanzas generales. Desde el 1990 así ha sido, nos puede parecer poco, pero ahí estamos. Y los conservatorios y escuelas de música han proliferado por todo el país; la mayoría de las ciudades españolas de más de 20.000 habitantes disponen de estos centros educativos. Es algo incontestable.
En el pasado, las opciones de empleabilidad han venido mayoritariamente del sector público: orquestas y bandas dependientes de administraciones, colegios, institutos y conservatorios públicos, etc. Pero están incrementándose las opciones dentro del sector privado, mayoritariamente en la enseñanza. En la Comunitat Valenciana, la inmensa red de sociedades musicales, muy implantadas cada vez más en otras comunidades como Galicia o Castilla La Mancha, ofrecen importantes bolsas de empleo: directores de las agrupaciones, profesorado de las escuelas de música, últimamente directores pedagógicos de estas escuelas, etc. Un panorama muy interesante si actúa de manera combinada con el respaldo y apoyo de las administraciones.
Aún queda mucho por hacer, empezando por establecer mecanismos de observación que nos permitan explorar, analizar y detectar las necesidades de perfiles profesionales. También sería una línea de gestión estimular el carácter emprendedor y formar a los futuros músicos profesionales en algunas competencias transversales que les permitan mejorar sus opciones y así explorar alternativas de empleabilidad que no pasen necesariamente por llamar a la puerta de ‘lo público’.
Todos podemos empujar en la misma dirección
Como casi siempre en la vida, todos podemos aportar algo. En primer lugar, las administraciones y los poderes públicos. En la Comunitat Valenciana y en virtud de nuestro movimiento asociativo ya estamos tardando en establecer políticas sectoriales de empleo relacionado con la actividad musical aprovechando recursos y fondos europeos y propios, por ejemplo.
Las instituciones educativas superiores, Conservatorios Superiores y Universidades, tienen mucho que decir, adecuando los planes de estudio y la formación a las necesidades reales del alumnado. Y evitar que los conservatorios se conviertan en una especie de invernaderos, donde el alumnado sobrevive muy bien allí dentro pero que, una vez fuera, con las enseñanzas recibidas no puede encontrar trabajo. Si observamos el catálogo de postgrados que ofrecen los conservatorios públicos, encontramos una oferta, como siempre, centrada en la Interpretación salvo honrosas excepciones. Y erre que erre. Al final se trata de enseñar a los alumnos no lo que sabemos los profesores sino lo que necesitan realmente. Muy sencillo y muy difícil de llevar a término.
Y como no, la responsabilidad individual y las decisiones que debe tomar cada músico. Se trata de planificar su propia formación, conocer con claridad el contexto laboral actual y tomar sus propias decisiones en función de todo esto, adoptar una actitud más abierta, incrementar y diversificar su formación, explorar las posibilidades que ofrece la internacionalización ya que somos una gran potencia en educación musical. Como se puede observar, un gran abanico de posibilidades. Sin olvidar la felicidad en el trabajo.
Tenemos muchos ejemplos. Me permito citar a mi admirado colega, el oboísta Vicente Llimerà, un profesional que desempeña su labor en la docencia, la interpretación, la gestión y la investigación. Un Leonardo Da Vinci actual como me gusta decirle. Su versatilidad, capacidad de trabajo y planificación adecuada de su propia carrera nos deben guiar como ejemplo. Y también Fermín Galduf, trompa solista de la Orquesta de Córdoba a quien una abrupta enfermedad profesional le apartó de su trabajo en unos pocos meses, algo difícil de superar. Pero reorientó sus capacidades, hoy regenta una empresa dedicada a la formación, al coaching de músicos y gestión de escuelas de música. Todo un ejemplo de adaptabilidad.
Tenemos modelos en quien fijarnos y se podría citar muchos más ejemplos de éxito que ahora llamamos «buenas prácticas».
En definitiva, no es fácil, nadie dijo que lo fuera. La confianza en nuestros jóvenes, su capacidad creativa y emprendedora son el mejor activo para cosechar muchos éxitos en el futuro si somos capaces de trabajar todos en la misma dirección. Al final, se trata de conseguir una carrera profesional duradera y satisfactoria y para ello nada mejor que desterrar algunas creencias limitantes que nos han acompañado durante mucho tiempo.
Fuente: Nuestras Bandas de Música