Según el geógrafo y urbanista estadounidense Richard Florida, la creatividad surge mejor en ciudades en las que el arte y la bohemia se juntan con la diversidad étnica y sexual. De acuerdo a sus investigaciones, el cosmopolitismo de ciudades como New York o Los Ángeles, es el responsable de las potentes industrias creativas que las destacan por sobre otras ciudades estadounidenses más conservadoras.
Podemos estar de acuerdo o no con esta aseveración, pero no podemos negar que, al menos en teoría, suena bastante lógico afirmar que la mayor tolerancia a la diversidad da cabida a múltiples perspectivas y, con ellas, la creatividad crece.
Según Florida, la clase creativa es la nueva clase del siglo XXI, y pronto será “el recurso económico definitivo” en el crecimiento y desarrollo de las naciones.
Por eso y otras razones, la creatividad es la habilidad genérica del momento. Poner en nuestro currículum que somos creativos nos hace sentir innovadores y vanguardistas, aunque en nuestro país es todavía poco el uso que se le da a esta habilidad en nuestro ejercicio cotidiano.
El problema parte desde bien temprano: en la escuela se nos enseña que cada problema tiene una única solución correcta, y crecemos creyendo que el mundo funciona así. Nos reducen las horas de asignaturas “creativas” en favor de las que pesan más en el SIMCE y en la PSU, con tal de subir en los indicadores, y al momento de entrar a trabajar descubrimos que a todos los empleadores les interesa tener gente creativa en sus filas, pero en lo concreto predominan aún las estructuras verticales en las que las ideas innovadoras son vistas con recelo.
Vivimos en la sociedad del “deja fluir tu creatividad, pero asegúrate de que fluya por este camino”.
Música y creatividad: un matrimonio indisoluble
Al igual que la inteligencia, la creatividad es un proceso que esconde todavía muchos misterios para sus investigadores y, fuera de ser un tema de dominio general, el concepto de creatividad que se maneja a nivel colectivo hoy en día es un cúmulo de mitos e ideas preconcebidas que en nada ayudan a potenciarla: que es un don con el que se nace, que la creatividad viene por “chispazos”, que las crisis creativas se pasan con crisis emocionales (o con drogas), que las ideas flotan en el aire, y un largo etc.
La composición es un ejercicio por el que todo músico transita en algún momento de su carrera, pero son pocos los que se dedican por completo a ello. Algunos trabajan componiendo sus propias obras, otros trabajan a pedido, y otros se dedican un poco a ambas.Pero entre tanto mito, existe una relación comprobada entre la música y la creatividad. La música en sí es un arte creativo, en el que la expresión y la creación son parte de una sola cosa. Y dentro de esta creación, que ya es intrínseca al “hacer música”, existe un nicho de músicos especialmente entrenados en el manejo de recursos y texturas, que se sirven de ellos y los utilizan a su favor para expresarse: me refiero, por supuesto, a los compositores musicales.
Conversamos con los destacados compositores Gustavo Albuquerque (brasileño, residente en Santiago) y Nathan Whitehead (estadounidense, residente en Los Ángeles) sobre su noción de creatividad, y cómo se las arreglan para vivir de su capacidad creativa.
Estos son los consejos que nos dieron, los que pueden serte útiles en tu día a día.
1. Debes conocerte a ti mismo
Según Gustavo Albuquerque, conocerse a uno mismo y entender lo que pasa dentro de la propia psiquis es fundamental para que las ideas broten con fluidez. “Yo creo que el estado creativo es el estado normal que todos tenemos. Cuando tu creatividad está baja tienes que descubrir por qué”.
En este sentido, reconocer las emociones es parte importante del autoconocimiento que se necesita para crear: “más de alguna vez mis composiciones se han visto afectadas por mis emociones. Por ejemplo: cuando me casé todo lo que componía era meloso y armonioso, porque es como yo me sentía en ese momento.”
También es importante tener la sinceridad necesaria para saber cuándo uno está listo para desarrollar una idea, y cuándo no. “Cuando más me atasco es cuando estoy intentando producir algo demasiado ambicioso, para lo que no estoy listo o no es el momento”, comenta Gustavo.
Esto está estrechamente vinculado con el próximo punto.
2. Nunca deseches una idea
Aquí Nathan Whitehead es claro y conciso: muchas malas ideas son buenas ideas puestas en el lugar equivocado. A buen entendedor, pocas palabras.
“Yo nunca desecho una idea. El solo hecho de que una idea haya sido rechazada en un lugar no significa que no pueda funcionar en otro.”
3. Moverse por una mala idea es mejor que no moverse
Cuando esa buena idea que tanto necesitas parece no querer brillar en tu cabeza, lo peor que puedes hacer es estancarte. En palabras de Nathan Whitehead:
“Creo profundamente en empezar a escribir y ya. Incluso cuando siento que mis ideas son terribles, el solo hecho de empezar una idea, aunque después la descarte, a menudo crea un efecto dominó donde una idea lleva a la otra. Es una suerte de mentalidad de ‘avanza a como dé lugar’ donde, antes de que la idea original desaparezca, ya hay otras ideas materializándose. Algunos días es más fácil que otros, pero creo que la clave es simplemente empezar, no esperar que la gran idea llegue sola”.
4. Rigurosidad: técnica y constancia
“De nada te sirve un chispazo creativo si tu técnica no te acompaña. Es importante tener clases, no dejar nunca de estudiar”.
Esta afirmación de Gustavo Albuquerque, que para su caso es fundamental en su labor como pianista y compositor, es en realidad aplicable a todo quehacer humano: hay que mantener al cerebro en forma, y para eso es necesario perfeccionarse constantemente.
Y también, al igual que los deportistas, quienes trabajan su creatividad deben ser constantes en su trabajo y han de mantener una rutina que saque la máxima productividad con la mayor regularidad posible. Esta rigurosidad es la que la ha permitido a Stephen King escribir más de diez obras en los cinco años (y contando) que George R.R. Martin lleva sin ser capaz de publicar uno. King tiene una rutina de escribir religiosamente durante tres o cuatro horas al día.
Tranquilos, no ataquen todavía: se entiende que haya artistas que necesiten un proceso creativo más lento o escritores en contra de la producción sistemática de libros, pero eso no significa que «no hacen nada» mientras esperan que llegue por arte de magia la inspiración. Todos los días hay que trabajar en pos de un objetivo.
Ser constante en los horarios ayuda, pero también lo hace el respetar los tiempos y espacios para la concentración. En palabras de Whitehead: “Siento que ahora vivimos distraídos todo el tiempo. A veces, sobre todo en las mañanas, desactivo las notificaciones o simplemente dejo mi teléfono y mi laptop en otra habitación por un par de horas. Hago una buena cantidad de trabajo y entonces me tomo un descanso para revisar mi correo. Es bastante obvio, pero pasar un rato alejado de esas distracciones hace una enorme diferencia en la concentración.”
5. Estar bien y trabajar contento
Las crisis y la angustia pueden ayudar a sacar chispazos creativos que te darán ideas buenas, pero esporádicas. Si deseas que tu creatividad sea constante, no hay nada como estar bien con uno mismo.
Al respecto, Nathan Whitehead afirma: “creo que mientras más cuido mi espacio creativo, más disfruto mi trabajo y más productivo soy. Tengo una rutina matutina que me gusta, no soy perfectamente consistente, pero intento tomarme el tiempo para tomar desayuno, hacer algo de ejercicio y realizar unos diez minutos de meditación. Luego, me gusta tomar descansos entre mis horas de trabajo y caminar por mi barrio o dar una vuelta en bicicleta. Creo que las ideas siguen desarrollándose en el paseo en bicicleta, o incluso mientras duermo. Por eso creo que las mañanas son buenas para escribir: las ideas se han estado desarrollando toda la noche a nivel subconsciente. A veces ese es el camino que tus ideas deben recorrer, y finalmente invertir ese tiempo que se ve improductivo es en realidad importante para que las ideas fluyan”.
Fuente: El Definido
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