Introducción
La música, en general, tiene diversos aspectos y matices que pueden ser controlados, incluso desarrollados de forma sistemática. Por ejemplo, todos sabemos que la técnica instrumental requiere un método de trabajo, el cual, puede elaborarse de forma eficaz en base al conocimiento y experiencia del profesor. Igualmente ocurre con la armonía, el contrapunto o cualquier otra asignatura musical. Pero, la inspiración es otro asunto. Lo cierto es que esta luz interna no puede controlarse, aparece cuando menos la esperas y, cuando realmente necesitas una idea musical… pues, en muchas ocasiones, no pasa absolutamente nada.
Entonces, ¿Es posible controlar la inspiración musical? Pues, lo sentimos muchísimo pero la inspiración no puede controlarse. En este acto mental interviene tanto nuestra mente consciente como, también, ese vasto oceano mental que llamamos subconsciente y que apenas podemos percibir. Y si, en este caso concreto, el subconsciente tiene tanto peso como la conciencia, es comprensible que el acto de inspirarse sea tan escurridizo como un pez recien sacado del agua.
Inspiración y composición
En primer lugar hemos de diferenciar entre inspiración y composición. Ya hemos comentado hace un momento que la inspiración no es posible controlarla. La composición, en cambio, es un acto mental que nace principalmente del conocimiento. Por ejemplo, suponte que, en un momento de inspiración, tienes una gran idea musical. Lo primero que intentas hacer es cogerla al vuelo. Para ello, tanto puedes escribirla de forma escueta en un pentagrama como grabarla para su posterior audición y desarrollo. Pues bien, es precisamente ese desarrollo lo que normalmente se considera la composición propiamente dicha.
¿Es posible componer sin estar inspirado?
Claro que es posible componer sin que la inspiración aparezca en nuestra mente. Muchos buenos profesionales de la música componen o arreglan sin estar inspirados. Lo hacen en base a la experiencia acumulada y el conocimiento adquirido. Sus obras pueden sonar bien, incluso muy bien, todo es perfecto… pero… lo cierto es que, en la mayoría de ocasiones, falta esa rara cualidad que diferencia una composición de serie de una obra maestra única. Si, es cierto, todo arte debe ser expresión de la inspiración. La composición propiamente que vendrá a continuación, puede llegar a ser un acto casi automático, dirigido por el conocimiento del artista.
Incluso Mozart diseño algunos juegos de salón cuyo cometido era la composición de minués y valses sin estar inspirado ni tener conocimientos sobre música. De esta manera, el azar entraba por la puerta grande en el mundo de la música de la mano de un genio.
La composición automática de Mozart
En la composición automática que desarrolló Mozart se tiraban un par de dados. Del resultado conseguido dependía la estrofa, el tono, la modalidad, ritmo, etc. Todo se seleccionaba, de forma aleatoria, de unas tablas o listas de opciones disponibles. Después, se unía todo en un pentagrama y «voilà» ya somos compositores al mejor estilo mozartiano. En la época de Mozart componer de esta manera fue un pasatiempo bastante común de la gente culta amante de la música pero que carecían de los conocimientos necesarios para crear una pieza musical.
Pero, claro está, esto no es lo que busca un músico, quizá un aficionado pueda conformarse con esta técnica pero, un músico lo que desea es escudriñar los rincones más ocultos de su mente para extraer una idea musical y transmitirla al oyente y que, éste, por breves momentos, se encuentre en sintonía absoluta con el músico.
En busca de una inspiración sistemática
La inspiración no puede controlarse, ya lo hemos dicho más arriba. Pero, si no podemos dominar esa rara cualidad de nuestra mente, al menos podemos intentar buscarla en nuestro interior. Esto es lo que descubrí cuando, hace algún tiempo, nos reunimos algunos músicos junto con mi otro yo Rogelio Andreu Rico para hacer música sin predeterminación alguna. Es decir, improvisando de un modo totalmente «free». De esta manera, sin mediar ninguna palabra sobre tonos, armonías, acordes, ritmos, etc. nos pusimos a tocar al estilo más libre que uno pueda imaginarse. El único requisito impuesto fue intentar vaciar nuestras mentes mediante el simple acto de estar atento escuchando a los demás en sus exposiciones musicales.
El resultado, tal como puede esperarse no fue demasiado bueno. Al menos, eso era lo que pensé en un primer momento. Pero, una audición más atenta del material grabado me reveló que, entre toda la paja sonora acumulada, existían secuencias y estrofas realmente inspiradas, creativas, dignas de ser recogidas para su posterior desarrollo.
Esta técnica es similar a la que se utiliza en psiquiatría y psicología. El facultativo te induce a hablar mediante algunas preguntas iniciales convenientemente formuladas. El paciente empieza su discurso contando historias, incidentes, etc. relacionadas con las preguntas formuladas. La mayoría de las respuestas serán intrascendentes pero, entre todas ellas, aparecerán algunas secuencias realmente interesantes desde el punto de vista médico. Lo interesante del caso es que estas sesiones acostumbran a ser grabadas para una audición posterior por parte del facultativo, igual que nuestras sesiones musicales.
En definitiva, ya que es prácticamente imposible ser selectivos para escoger de nuestra mente las ideas musicales que nos interesan en un momento determinado, vaciemos todo el contenido mental en una grabación y, mas tarde, escojamos las secuencias de calidad (pocas) desechando el resto. A partir de ese momento tendremos material sonoro para empezar una composición cuyo centro de gravedad proviene de la inspiración pura oculta en nuestra mente.
Roger Andreu.
Fuente: Rivel